La expedición que partió de Pella se componía de unos 7000 soldados de infantería y de unos 600 jinetes, procedentes de los estados integrantes de la Liga de Corinto. Este ejército se complementaba con tropas de mercenarios ilirios y tracios, atraídos por el deseo de botín. La mejor una parte del ejército era la que se encontraba compuesta por los propios macedonios.
No me apoderaré mediante la guerra, por ardid o por hallazgo, de ninguna localidad, guarnición, o puerto de los que participan en la paz. No derrocaré la monarquía de Filipo y de sus descendientes, ni alteraré las constituciones en vigor de los miembros que prestaron los juramentos. No haré nada en oposición a los tratados ni permitiré en la medida de mis fuerzas que otro lo lleve a cabo. Si alguien hace algo contrario a los juramentos y a los tratados, prestaré a las víctimas toda la asistencia que pidan, combatiré al que quebrante la paz común, según las decisiones del común consejo y las órdenes del hegemón.
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El régimen era claramente autocrático, pero el monarca no puede considerarse un déspota, ya que respetaba la ley de los macedonios. Esta ley, llamada nomos, no era escrita; designaba únicamente las prácticas ancestrales asumidas por el pueblo de Macedonia. Si bien siempre estuvieron en contacto con el mundo griego y tenían varios elementos en común con este, los macedonios no eran considerados propiamente griegos. De hecho, Tucídides les denomina “bárbaros” en su obra sobre las Guerras del Peloponeso. Para los griegos, “teatro” era el sitio donde se celebraban las ceremonias en honor al dios Dionisio. Allí, en las primeras temporadas, un recitador charlaba del dios acompañado por un coro que cantaba canciones, mientras que en un altar se sacrificaba a un macho cabrío.
En su grupo el siglo IV anterior al cambio de Era acostumbra interpretarse como un largo periodo de transición entre la Grecia tradicional y los reinos helenísticos. Por crisis no debe comprenderse tanto una caída como un grupo de transformaciones que revelan la ruptura del equilibrio al que se había alcanzado en el siglo previo. Ni la cultura ni la economía decayeron singularmente, si bien esta última se vio muy afectada por el avance de las guerras. Entre el año 500 y el 250 a.C., Roma fue conquistando todos y cada uno de los territorios de la Península Itálica. Después, empezó su expansión por el Mediterráneo transformando los territorios conquistados en provincias del Imperio a las que sometía y explotaba a nivel económico, la península Ibérica fue conquistada entre los años 218 a.
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Macedonia participó en ella, destacando con la fuerza de su ejército. La dinastía de los Argéadas logró detallar una vinculación mítica con el planeta griego, haciendo remontar su genealogía al héroe Heracles. Así, los macedonios lograron legitimar su liderazgo en frente de los helenos en el siglo IV a.C. Su sistema de gobierno era una monarquía que algunos historiadores califican de “semifeudal”, ya que el rey concedía tierras a los principales nobles “vasallos”, a cambio de que estos prestasen servicios militares en caso necesario. El ejército era la institución fundamental de Macedonia y dentro de ella tenía una particular relevancia la caballería, como ya se dijo.
Para los griegos los macedonios eran considerados un pueblo vecino, atrasado y rural. No eran percibidos como una potencial amenaza, sino más bien a la inversa; actuaban como barrera frente probables invasiones de otros pueblos verdaderamente salvajes y belicosos. La costa macedónica era baja y pantanosa, no utilizable para la navegación. Esta característica enseña en parte el aislamiento que la zona había tenido hasta la actualidad con respecto a los principales centros de la civilización helénica. Al fracasar el Imperio ateniense, se reactivó el inconveniente de la piratería en el Mar Egeo y el comercio marítimo entró en crisis.
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El tesoro más preciado de Jordania fue anteriormente la capital del reino de los nabateos, quienes se instalaron en ella en el siglo VI a.C.. Anteriormente, este territorio estuvo ocupado por los edomitas, que huyeron hacia Hebrón con la llegada de los árabes. Su época de máximo esplendor sucedió con el rey Aretas III, quien expandió el imperio hacia Siria, Arabia Saudita y conquistó Damasco. La prosperidad de Petra se basaba en el suministro de agua y la seguridad que otorgaba a los mercaderes que la cruzaban con sus vehículos repletos de especias, seda y artículos exóticos. En las siguientes décadas se sucedieron luchas políticas y militares en medio de estos diadocos. Parte de los helenos volvió a rebelarse contra la monarquía macedónica.
El Imperio de Alejandro Magno se repartió entonces entre Casandro , Ptolomeo , Seleuco y Lisímaco . En un primer momento, tras la desaparición de Alejandro, se contempló a Crátero como sustituto de el (a este quizás había designado exactamente el mismo Alejandro como heredero en su lecho de muerte, aludiendo a “el mucho más fuerte”). Además, se contempló una regencia temporal sobre Arrideo y, al tiempo, sobre el hijo que esperaba Roxana (esperando de comprobar que éste era varón). El principal problema que disponemos en el momento de estudiar la figura de Alejandro Magno es que estamos frente a un personaje que fue objeto de un proceso de mitificación tanto en vida como, más que nada, después de fallecido. Se trataba de una monarquía hereditaria, si bien no existían unas reglas sucesorias claras dentro de la familia real, entre otros motivos pues eran usuales los matrimonios múltiples dentro de la realeza.
A esto se lo llamó “tragedia”, sin embargo, transcurrido el tiempo brotó el diálogo, ya que junto al recitador que comenzó a personificar a Dionisio se sumaron más individuos. Así nació el teatro griego, donde los exponentes más esenciales fueron Esquilo, Sófocles y Eurípides. Entre los escultores más relevantes está Fidias, autor de 2 inmensas esculturas criselefantinas, como fueron Atenea, ubicada dentro del Partenón, y Zeus en el santuario de Olimpia. Otros importantes escultores de este siglo fueron Mirón y Policleto.
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Su temporada mucho más destacable fue a lo largo del orden de Pericles, en el siglo V a. Otras guerras como la del Peloponeso, contra Esparta, hicieron que el poder de Atenas se debilitase hasta el momento en que en la época helenística recuperó una parte de su esplendor. Su opulencia y sabiduría, con la escuela de Alejandría, la convirtieron en una de las ciudades más afamadas del Mediterráneo. Su caída llegó siglos tras la muerte de Alejandro Magno, cuando Octavio venció a Cleopatra y Marco Antonio en Actium, en el 31 a. C., y transformó a Egipto en provincia romana y en el “granero del Imperio. Aunque tuvo varios años de esplendor, el país perdió su independencia y la ciudad vivió continuas guerras y revueltas.
Su hermosura reside en su original arquitectura, aparte de los acantilados y desfiladeros de sobra de 80 metros de altura que guardan algunas de sus joyas históricas mucho más apreciadas. Sus templos-pirámide asoman por encima de la espesa selva guatemalteca, una imagen que evoca el esplendor y el abandono de la ciudad mucho más amplia de la civilización maya clásica. Atenas alcanzó su máximo apogeo político y económico, y Esparta quedó como rival. Todas ellas formó su coalición militar en unión de otras polis, hasta el momento en que la guerra estalló entre ellas. Las Guerras del Peloponeso ( ), enfrentaron a Atenas y sus aliados contra Esparta y los suyos.