El zar y su familia fueron asesinados por un grupo de revolucionarios en julio de 1918. En Chechenia, el jefe de la república, Kadírov, tuvo éxito en la pacificación y reconstrucción del territorio, a costa de crear un enclave totalitario en el que hay una apropiación y subordinación del islam radical con el pretexto de promover un islam tradicional. Sin embargo, el conflicto se ha extendido a las repúblicas vecinas de Ingushetia, Kabardino-Balkaria y, especialmente, a Daguestán, convertida en el centro del wahabismo extremista, exportando la violencia hacia otras regiones del país y a Moscú. A finales de los años 90, varias jamaats se autoproclamaron como “estado islámico independiente de Daguestán” con escaso éxito debido al rechazo del islam radical por las elites políticas y una sección importante de la población.
Sea como fuere, semeja visible que el aliento libertario que se encuentra en él “Estado y la Revolución” no ha podido subsistir a la dura experiencia de la construcción y defensa del Estado bajo Stalin y sus sucesores. Desde el 53 en Berlín, del 56 en Budapest y del 68 en Praga quedó claro que Octubre ya solo servía como litúrgica invocación para la gerontocracia soviética y que el movimiento obrero que, siquiera medianamente, obedecía sus consignas lo fue pausadamente abandonando. Una reflexión como esta debería servirnos de observación en estos días, cuando la mayor parte de las evocaciones del centenario de la revolución que se publiquen van a ser completamente negativas, fruto de cien años de lavado del cerebro de una publicidad hostil, animada todavía el día de hoy por el interés en ocultar todo cuanto pueda haber de positivo en su legado. La opción alternativa no puede ser la defensa a ultranza, sino un análisis objetivo -no digo desapasionado, pues no es posible eliminar la pasión en algo que trata de la vida y el confort de los seres humanos- con la intención de rescatar lo que continúe siendo válido de sus aciertos y evitar caer de nuevo en sus errores.
La Guerra Fría Autora- Ana Hinojosa Esteo
Fue considerada como un enorme acontecimiento liberador en la Europa devastada por la guerra entre las potencias dominantes del orden decimonónico. La caída del zarismo por una revolución democrática alumbró las esperanzas de millones de hombres y mujeres que habían sufrido la barbarie tan de cerca. La creación de consejos, soviets de obreros, campesinos, vecinos y soldados, como expresión de la auto-organización popular revolucionaria, que ya habían aparecido embrionariamente en la revolución de 1905, marcaba una forma de enfrentar desde abajo la debacle del orden político que había lleva a la Gran Guerra.
El PCE tuvo una debacle electoral , Carrillo renunció y el PCE intentó volver a las esencias del pasado y olvidó el eurocomunismo. A dios gracias nacieron generaciones jóvenes que renovaron la política y que conectan, quizás sin saberlo, con lo destacado del PCE de los años 60 y 70. El PCF quiso mantenerse con sus siglas y su estilo, gradualmente pasó de los 20 a 25 % de votos hasta bajar aun bajo el 5%. La disolución de la URSS y el derrumbe del comunismo soviético y de sus satélites fueron la última puñalada.
La clase obrera no era sujeto ni protagonista en la construcción del socialismo sino más bien objeto y víctima de un nuevo régimen político irreconocible en la historia. La elección del poder soviético rompe otro elemento estratégico vital asumido por la mayoría del movimiento marxista después de Marx según el que la revolución consistía en un cambio de las fuerzas dominantes en el aparato estatal. Un Estado que de burgués se transformaría en proletario sin una drástica destrucción de sus aparatos de poder y represión y de sus formas de organización, de su ser «excrecencia parasitaria» de la sociedad. Un plan que sosten el «cretinismo parlamentario» que ya marcó desde entonces a la mayoría de los socialdemócratas y que determinó también una involución de sus epígonos.
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Comienza entonces la edad de oro de la burocracia, de 1953 a 1983, que precede a la desintegración de la Unión Soviética que se inicia con las reformas de Gorbachov que abren el camino finalmente a ese Termidor tan denunciado a lo largo de la década de los treinta. Cien años tras el inicio de aquella Revolución que cambió la historia del siglo, la pelea de las mujeres contra la opresión patriarcal, el machismo, el racismo y la explotación, siguen siendo tareas atentos y necesarias. De ahí que es clave recuperar el hilo rojo de la crónica de aquellas mujeres, trabajadoras y campesinas, que se atrevieron a cambiar el planeta y sus propias vidas hace un siglo atrás. Recobrar la potencialidad revolucionaria abierta en momentos en que la clase trabajadora se convierte en sujeto hegemónico, tomando como propia la pelea contra las opresiones de género, contra la opresión racial y las solicitudes democráticas. De este proceso se desprende el potencial transformador que juega la periferia en el sistema planeta y la aparición del nuevo empleado urbano, como el sujeto que condicionará las sociedades resultado de la actual crisis. Hay que decir, no obstante, que, si nos centramos en el periodo de tiempo innovador hasta la muerte de Lenin en 1924, la revolución soviética, con todos sus errores, realizó en escasos años la mayor y mucho más profunda transformación popular que vió la historia.
Hay muchos causantes que comentan sus ideas, escala de valores y actuaciones, pero nada permite justificar los crímenes cometidos por el régimen soviético. El ejercicio represivo del poder perduró durante toda la trayectoria del régimen soviético, alén de los periodos inusuales condicionados por agudos conflictos militares o por la presencia de una disidencia interna con aptitud para cuestionar el ejercicio del poder. 8) El poder de esta “burguesía de Estado” explica su supervivencia como oligarquía dirigente, de forma directa beneficiada por el salvaje desarrollo de privatizaciones que conllevó la restauración del capitalismo neoliberal tras la conmoción política provocada por la caída de la URSS. Esta condición de fenómeno del siglo XX actúa en los presentes epígonos del leninismo. La persistencia de sus posiciones en ocasiones de mayor complejidad que la que caracterizaba la época en que se alumbró, no hace sino alargar el siglo XX en todo lo que de bloqueo para la democracia y la optimización de las capas subalternas ha podido sospechar.
Formación De Los Bloques Antagónicos Conferencia De Yalta (crimea) Charla De Potsdam (alemania)
Es precisamente en esas coyunturas críticas en el momento en que se pone a prueba el papel del factor subjetivo, de los diferentes actores y, en un caso así, del partido bolchevique y sus líderes, como bien explica el creador de esta obra. Avrich también afirma que en 1921 los mencheviques habían recuperado buena parte del apoyo de la clase obrera que perdieran en 1917. “Los agitadores mencheviques eran oídos con simpatía en las reuniones de obreros y los pasquines y manifiestos que generaban pasaban por muchas manos, que los recibían con avidez” (p. 50). Todo señala que el movimiento espontáneo de los trabajadores de Petrogrado hallaba expresión en esas demandas. El presentismo es la técnica de presentar los hechos de forma aislada, como una sucesión de hechos, sin investigar sus causas ni sus consecuencias.
Kollontai, enseña de qué forma entre las primeras tareas de la revolución es garantizar buenas condiciones de vida para los trabajadores. Critica que la dirección del Partido no les preste atención a pesar de estar gobernando un “Estado obrero y campesino”. Coincide en que el objetivo es acrecentar la producción pero eso va a ser irrealizable si no se mejoran las condiciones de vida, tarea indisolublemente relacionada al reforzamiento del papel de los Sindicatos. Estos tienen que proseguir su tarea reivindicativa incluso en un país con un gobierno obrero puesto que pueden darse enfrentamientos entre los intereses de los obreros, ciertos indudablemente con puntos corporativos, y los intereses en general.
La Estabilización Del Capitalismo Y El Aislamiento Económico Del Bloque Soviético (ii)
Enormes ámbitos del movimiento obrero occidental vivieron con enorme atracción ese instante histórico. En esta tormenta, los bolcheviques teorizarán una transición al socialismo identificada con el comunismo de guerra. Una vez la guerra ganada, se propuso la cuestión del abandono del “comunismo de guerra”. Pero en vez de acompañarla de una apertura política, con una “NEP política” para todos y cada uno de los incondicionales de la revolución, tras la victoria sobre la contra-revolución interna y externa, se implantó lo contrario. Entonces por un “desarrollo de represión molecular” que se extiende por el país como lo redacta Boris Souvarine.
Pero desconfiaban de la autogestión, aun del «control obrero» si este viniera a evolucionar hacia una administración atomizada de las fábricas. Indudablemente, la creación de la checa, la activa monolítica del partido y la utilización del terror produjeron desde los primeros años veinte una maquinaria infernal que allanó el camino sobre el cual Stalin logró implantar su régimen. Desde el punto de vista social Stalin apoyó su conquista del poder en una composición burocrática expandida aceleradamente, con la incorporación de decenas de miles de nuevos bolcheviques, muchos de origen obrero, con una cultura de acatamiento terminado a los amos.