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Marx: El Capital, Capítulo Xxiv La Llamada Acumulación Originaria

Baste una mirada sobre ese lago alpino en la mitad de una metrópoli, al que desde lo prominente contemplan despreocupadamente románticas chozas de negros. Otra extensa playa más, la de Ipanema, y otra mucho más, la de Leblón, donde tanto las casas como las palmeras del bulevar son flamantes aún. Sólo después, la avenida se aproxima al mar abierto, y toma el nombre de Niemeyer. Todo se entrecruza allí, se confunde, se mezcla, pobre y rico, viejo y nuevo, paisaje y civilización, chozas y rascacielos, negros y blancos.

Y en seguida entendí que, por un lado, quería sostener nuestra amistad pero, por el otro, para no caer en la sospecha de ser amigo de judíos, no deseaba mostrarse demasiado íntimo conmigo en aquella pequeña ciudad. Y en seguida caí en la cuenta de que en los últimos tiempos toda una serie de populares, que acostumbraban a frecuentar mi casa, habían dejado de llevarlo a cabo. Los bávaros, grandes bebedores de cerveza, consultaban cada día la lista de las cotizaciones y calculaban si, gracias a la depreciación de la corona, podían beber en Salzburgo cinco, seis o diez litros de cerveza por exactamente el mismo precio que debían abonar por uno en el hogar. Era imposible imaginar una tentación mucho más magnífica y de esta manera, de las vecinas ciudades de Freilassing y Reichenhall partían grupos de hombres con mujeres e hijos para permitirse el lujo de consumir tanta cerveza como su barriga pudiera contener. Cada noche la estación ofrecía un pandemónium de conjuntos de gente bebida que berreaba, eructaba y vomitaba; los que iban bastante bebidos—y eran muchos—tenían que ser transportados a los vagones en las carretillas que comunmente se utilizaban para el equipaje, antes de que el tren, desbordante de gritos y cantos báquicos, los devolviera a su país. Aquella guerra de la cerveza en la mitad de las dos inflaciones forma parte de mis recuerdos mucho más singulares, puesto que exhibe en miniatura y de una forma plástico-grotesco, si bien quizá asimismo de la manera más meridiana posible, el carácter demencial de esos años.

María Dolores Fernández García

En los debates de la II Internacional se defendía que el sistema de producción mayoritario se había de sustentar sobre la explotación colectiva de la tierra nacionalizada. Pero se admitía la presencia, cuando menos durante un tiempo, de la pequeña explotación a consecuencia de los condicionantes tecnológicos imperantes. El tema fundamental del debate fue la sincronización de la formación de los cuadros con el propio comienzo de la reforma, en tanto que, en la mayoría de los casos, se creía que ésta no se podía postergar a la primera condición. Se aconsejaba entonces un formador por cada 65 ó cien adjudicatarios, al tiempo que se reconocía la dificultad para alcanzar semejantes cotas.

Las aspas herrumbrosas esperaban en inestable intranquilo reposo. Salió enfrente de Edi, hicieron un tramo juntos y justo antes de perder de vista el hangar cada uno de ellos tiró por su parte trazando en el cielo una flecha de pesticida de 2 direcciones. La nube caía plácida como una lluvia fina sobre los campos.

Un día siguiente, en vez de un César grande, Roma tuvo tres Césares pequeños. Pareció estar curado del prurito del hombre de letras por la publicidad y haberse convertido en un ciudadano de la República invisible, no un ciudadano actual de aquella violada y corrompida República que había cedido sin resistencia al reinado del terror. De C., entró con ímpetu en la casa un mensajero jadeante y cubierto de polvo. Apenas hubo logrado boquear su noticia de que Julio César, el dictador, había sido asesinado en el Foro, cuando cayó inanimado sobre el piso. San Bartolomé, después de las torturas hasta la muerte en las celdas de las SA y detrás de los alambres de espino, ¡qué importaba una injusticia aislada y el sufrimiento en este valle de lágrimas! En 1938, tras Austria, nuestro planeta ahora estaba mucho más habituado a la inhumanidad, la injusticia y la brutalidad que cuanto lo había estado durante siglos.

Celestina Martínez Pérez

El pavor que provocó esta traición en los círculos del estado mayor fue horrible; al coronel Redl, como especialista máximo, le incumbía la misión de descubrir al traidor, que solo podía hallarse entre los oficiales de mayor graduación. Tras comer, otra grata sorpresa siguió a la primera. Van der Stappen, que desde hacía tiempo deseaba cumplir un deseo propio y de Verhaeren, llevaba varios días haciendo un trabajo en un busto del poeta; hoy debía celebrarse la última sesión. Mi presencia, ha dicho Van der Stappen, era un simpático obsequio del destino, puesto que exactamente le hacía falta alguien que hablara con el demasiado alterado y nervioso hombre mientras que éste posaba como modelo para, de esta manera, hablando y oyendo, animarle el semblante. Su nerviosismo se concentraba en las manos, unas manos estrechas, hábiles, finas y, no obstante, fuertes, cuyas venas palpitaban enérgicas bajo la delgada piel. Toda la fuerza de su voluntad descansaba en sus anchos hombros de campesino, en comparación con los que la cabeza, nervuda y huesuda, casi parecía demasiado pequeña; únicamente cuando apuraba el paso se notaba su energía.

Aun sus convulsiones internas y sus cambios de gobierno se han realizado casi sin derramamiento de sangre. Los dos reyes y el emperador, que su intención de independencia empujó del país, lo abandonaron sin ser molestados y, en consecuencia, sin odio. Aun después de revueltas y asonadas abortadas, desde la independencia del Brasil, los dirigentes no las han comprado jamás más con el precio de su historia. Por eso, la presencia del Brasil, cuya voluntad va dirigida únicamente a la construcción pacífica, constituye entre los fundamentos de nuestras mejores esperanzas de una civilización y pacificación futuras de nuestro planeta desgarrado por el odio y la locura. Mas, donde obran fuerzas morales, tenemos el deber de alentar su voluntad. Adondequiera que en nuestro tiempo trastornado observemos todavía una esperanza para un porvenir nuevo en novedosas zonas, estamos en el deber de señalar tal país y semejantes opciones.

Queremos Editar El Mundo

Los primeros han insistido en su talante contradictorio, reflejo de la propia situación del país. Esfuerzos como el de Cárdenas pretendieron salir al paso de semejantes críticas con los desenlaces que vimos. Pero sus logros, así como su incidencia, fueron en descenso. En 1950 su importancia relativa había empezado a decrecer, aunque todavía tenían un prominente porcentaje de los tractores. Para 1960 sólo un 5 % sostenía prácticas colectivistas.

Marx

A diferencia del resto de los jóvenes, sabes de qué forma llegamos aquí, sabes que el mundo fue de otra manera, que el hombre no siempre estuvo culpado a trabajar para generar energía que alimentase la maquinaria que nos llevó a la esclavitud. Eres las promesa a una exclusiva vida, una semilla de la resistencia que liberará el mundo. Nicolás sintió en ese instante como una gran calma le invadía todo el cuerpo.

Su hija se quedaba a vivir en París una vez que la compañía aérea la pusiese de patitas en la calle junto con veinte azafatas más, doce pilotos y múltiples decenas y decenas de administrativos. “El petróleo”, les dijeron como excusa, “todo es por culpa de la subida del precio del petróleo”. Afortunadamente, afirmaba la carta, había encontrado un buen trabajo sirviendo copas en París. —Venimos a devolverle la honra a nuestra hermana —improvisó el enemigo, sabiendo Mirta que, en realidad, aquella mala pécora venía a distraerlo, a entretenerle las carnes mientras ellos merodeaban por los surcos de soja envenenando las raíces y destruyendo los terrones para luego alabar las virtudes de la rotación y las ventajas del barbecho.

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